A.C. Barroeta1, C. Garcés2 y M. Soler2
1Catedrática del Departamento de Ciencia Animal y de los Alimentos, Investigadora del Servicio de Nutrición y Bienestar Animal SNiBA, UAB. https://sniba.es/
2Grupo de investigación AviFeed Science. Departamento de Producción y Sanidad Animal, Salud Pública Veterinaria y Ciencia y Tecnología de los Alimentos. Facultad de Veterinaria. Universidad CEU Cardenal Herrera, Valencia.
Fotografías: L. Barba. Ig: @sut.photography laurabarba05@gmail.com
El primer paso para determinar la frescura de un huevo es fijarse en la fecha de consumo preferente, que indica hasta cuándo es recomendable su utilización. Esta fecha, que incluye día y mes, aparece siempre en el envase (figura 1). Es aconsejable conservar esta información hasta que consumamos los huevos, para poder consultarla en cualquier momento. Además, algunos productores también imprimen la fecha en la cáscara del huevo (figura 2), aunque no es un requisito obligatorio.
Figuras 1 y 2. Envase y cáscara del huevo donde se indica la fecha de consumo preferente (día 07 y mes 02).
Esta fecha de consumo preferente corresponde a 28 días desde la puesta. Hasta ese momento, los huevos que hemos comprado pueden considerarse frescos. Es importante recordar que la fecha de consumo preferente no es una fecha de caducidad, aunque con el paso del tiempo los huevos van perdiendo calidad.
Figura 3. Estructuras principales de un huevo.
El huevo presenta su máxima calidad y frescura el día de la puesta. Si nos fijamos en las principales estructuras internas (figura 3), al abrir un huevo fresco (tabla 1), podremos observar que:
Conforme el huevo pierde frescura, se producen los siguientes cambios (tabla 1):
Tabla 1. Cambios al disminuir la frescura del huevo.
La frescura del huevo disminuye de forma natural con el paso del tiempo, desde el momento en que la gallina lo pone. Sin embargo, este proceso puede acelerarse si la conservación no ha sido la adecuada. Factores como no refrigerar los huevos tras la compra o someterlos a cambios de temperatura (por ejemplo, si se dejan fuera del frigorífico durante un tiempo prolongado o se almacenan en la puerta del frigorífico, donde se agitan con cada apertura) pueden afectar negativamente a su frescura.
Todos los huevos comercializados para su consumo directo son “huevos de categoría A”, lo que garantiza que poseen una cáscara bien formada, limpia y sin grietas, es decir, dura y resistente. De no ser así, no se les otorga dicha categoría y no pueden venderse para consumo directo. Además, si los huevos sufren golpes que provocan fisuras o roturas en la cáscara, su envejecimiento se acelera considerablemente. Estos daños permiten la entrada de aire y microorganismos, lo que provoca un aumento del tamaño de la cámara de aire y una rápida pérdida de consistencia en la clara y la yema. Por razones de seguridad alimentaria, se recomienda desechar cualquier huevo con la cáscara rota.
Es importante destacar que sumergir un huevo en agua para comprobar si flota no es un método fiable para evaluar su frescura. Además de ser inexacto, esta práctica representa un riesgo para la seguridad alimentaria, ya que el agua puede favorecer la entrada de microorganismos al interior del huevo a través de los poros de la cáscara.
Ahora ya sabes que un huevo fresco tiene una yema esférica y bien centrada que flota sobre una clara densa y elevada. La cantidad de clara líquida es mínima y la cámara de aire del interior de la cáscara es pequeña.
Referencias:
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